Anaya regresa a la competencia

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Con los debates presidenciales se pone a prueba toda la estructura de la casa de campaña, así como se entusiasma o desmotiva a los grupos de simpatizantes de quienes aspiran a la posición política más importante de México.

Se pone a prueba la estructura porque, si bien los candidatos son los únicos que salen a cuadro en este tipo de ejercicios democráticos, los votantes además de calificar los atributos personales de cada aspirante, tienen oportunidad de valorar los posicionamientos de crítica, defensa o conciliación hacia sus adversarios, la pertinencia de sus propuestas de política pública para atender las principales demandas del país y los riesgos que están dispuestos a asumir con tal de convencer a un número mayor de preferencias ciudadanas. Estrategias que son decididas por el primer círculo de colaboradores, de común acuerdo con el candidato y disciplinadas al contexto nacional. Por eso, la aparición televisiva del aspirante es el último eslabón de un complejo proceso colectivo donde todo su entorno está expuesto.

Debe reconocerse que son inciertos los dividendos políticos de la buena actuación en un debate. Líderes de opinión y académicos han presentado evidencia respecto de los efectos temporales en los cambios de preferencia electoral, donde el ganador del encuentro logra, en un primer momento, captar un efímero respaldo adicional que, apenas unos días más tarde, regresa a su afinidad política de inicio. Sin embargo, son claros y duraderos los altos costos de tener una mala noche. Por un lado, las redes de apoyo se desmotivan al quedarse sin argumentos para seguir defendiendo a su primera preferencia en la conversación cotidiana, por el otro, las tensiones al interior de las casas de campaña crecen, en la búsqueda de encontrar la ruta para recuperar tendencias positivas en el posicionamiento público. En el caso extremo, como sucedió a Andrés Manuel López Obrador en el proceso de 2006, la ausencia en los debates puede generar malestar ciudadano y sumar a una serie de factores que son la puerta de la derrota.

El novedoso formato del debate, organizado por el Instituto Nacional Electoral, facilitó una evaluación ciudadana más profunda de las alternativas que tendrá en la boleta este primero de julio, en comparación con el antiguo modelo acartonado de encuentro entre candidatos presidenciales. Del ejercicio realizado el pasado domingo existen tres puntos a resaltarse. Primero, Ricardo Anaya es el principal beneficiario del debate, porque su oportuno desempeño lo lleva de vuelta a una percepción social que lo ubica en posición competitiva. A lo largo de la interacción consiguió delinear su propuesta programática en materia de combate a la corrupción e impunidad, mejora de la seguridad pública, reducción de la violencia y fortalecimiento democrático, a partir de un diagnóstico realista y acciones públicas viables que lo ubican en una posición de centro, tratando de encontrar mayores nichos de respaldo en grupos de votantes polarizados entre continuidad y cambio. Atendió de frente los ataques, al tiempo de sembrar dudas sobre las posturas de sus contendientes.

Segundo, Andrés Manuel López Obrador cometió el grave error de dejar pasar el debate, como una oportunidad excepcional para disminuir la incertidumbre en torno a sus planteamientos, especialmente en el tema de seguridad. Las constantes interrogantes sociales respecto de los alcances de su propuesta de amnistía a integrantes del crimen organizado, la participación directa de Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública y su aval a que sacerdotes tengan interacción con narcotraficantes, no tuvieron respuesta contundente por parte del candidato de Morena. Por el contrario, el lenguaje verbal y físico de evasión fue notorio desde el arranque del debate, hasta que sale de manera apresurada del escenario sin despedirse siquiera de los otros candidatos. Con su tibio desempeño, desaprovechó la oportunidad de afianzar el voto de segmentos externos a su siempre leal base de electores.

Tercero, para que la campaña de José Antonio Meade cierre brechas en las preferencias requiere de asumir mayores riesgos y decisiones innovadoras. El escepticismo hacia el Partido Revolucionario Institucional y su disposición real de cambio representa la principal barrera a derribar por parte de sus estrategas en las próximas semanas. Mientras tanto, Ricardo Anaya tiene mayores probabilidades de atraer el voto útil en contra de López Obrador. Para consolidarse, el candidato de la coalición Por México al Frente está obligado a identificar los segmentos de votantes priistas e indecisos dispuestos a votar por él, a perfeccionar su imagen de cercanía con la gente y a llamar a la unidad de quienes buscan un cambio con certidumbre en nuestro sistema político. Esto, si lo que desea es ganar la Presidencia de la República.

Texto: Max Cortázar